Alberty

Por: Aníbal Delgado Fiallos

Murió don Rafael Alberty a los 95 años de edad en esta ciudad de San Pedro Sula, donde hacía unos 50 se había radicado.
Fue un hombre que incursionó en muchas esferas del quehacer social: maestro de educación primaria y secundaria, dirigente obrero, analista político, deportista y profesor universitario.

Comencé a escuchar su nombre durante la huelga general de 1954, cuando, como trabajador de la bananera, integró sus cuadros de conducción en el más alto nivel: el Comité Central. Luego estuvimos juntos en diario El Cronista, decano de la prensa nacional, él como corresponsal en San Pedro Sula y yo como gerente allá en la capital.

Sus antecedentes como dirigente de la huelga y sus posiciones democráticas lo llevaron a compartir con los mejores hijos de Honduras la clásica acusación conservadora: “comunista” “subversivo”. Con motivo del golpe militar de 1963 fue a la cárcel y luego al exilio en la Ciudad de México, porque su libertad y su presencia en el solar nativo constituían, según la jerga reaccionaria de la época, un peligro para la nación.

También trabajamos juntos en el viejo CURN, allí él tuvo la ocasión de formar a la juventud universitaria en el campo de las letras, su especialidad como docente, y estuvo presente en las jornadas por la reforma universitaria. Me tocó entregarle en 1983 el Premio a la Consagración Universitaria, acordado por el Consejo Directivo de aquella unidad académica.

Además de este protagonismo político y universitario y de su desempeño como catedrático de educación secundaria en muchos colegios de San Pedro Sula, hay algo que lo eleva: su condición de maestro de educación primaria en la escuela Pedro Pascual Amaya en la ciudad de El Progreso, en la década del 40, y luego junto a su esposa dona Elia Luz de Alberty, después del exilio, en la escuela Rodolfo Rojas que ella fundó aquí en San Pedro Sula.

Cuando se examina la larga vida de don Rafael Alberty se descubre que fue un hombre útil y cuando se le ve en el plano de sus relaciones interpersonales se le recuerda como un hombre amable, respetuoso, tranquilo; se exaltaba sólo cuando se refería a la injusticia y a la tiranía.

Cuando fue víctima del hostigamiento antidemocrático en la trágica década del 60, cuando la policía lo vigilaba y escribían groserías en su contra en las paredes de San Pedro Sula, él, su esposa y sus hijos, soportaron con gran estoicismo el desenfreno de la canalla. Su única respuesta fue el análisis político desde las páginas de diario El Cronista, cargado de sensatez y de una extraordinaria bonhomía.

Su equipo, el España, cubrió con su bandera la urna funeral y sus compañeros y amigos le dijimos adiós. Sólo estuvo ausente el movimiento obrero.

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