Presencié el secuestro de mi padre y el destierro forzoso a Costa Rica del presidente con el asalto militar a nuestra casa en la madrugada del 28 de junio. A lo largo de estos meses hemos sido víctimas de la persecución y represión del régimen impuesto por las armas. El dolor trasciende al saber que estas acciones se extienden a lo largo del territorio contra hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas que se expresan pacíficamente contra el golpe de estado, luchan por su libertad y manifiestan su descontento contra el irrespeto al pueblo.
Mi familia ha sobrepasado los limites de la unidad tradicional de una familia convencional al enfrentar unidos los buenos y malos tiempos. Hoy los ataques los convertimos en símbolo de fortaleza espiritual, y momentos de alegría como el nacimiento de mi sobrino Juan Manuel, nuevo miembro de la familia, que vino al mundo mientras mi padre y madre luchan por el pueblo reprimidos en la sede de Brasil.
A través de mi padre conocí a quien fue maestro en su adolescencia y guía espiritual de los principios cristianos que después llevo a nuestro hogar. El “Monseñor” Oscar Andrés Rodríguez ahora cardenal, de quien a lo largo de todos estos años escuche en mi casa elogios y defensas, jamás una mala expresión, por el contrario, mi padre nos ha demostrado su respeto con acciones como invitarle a estar a su lado en la toma de posesión en el estadio nacional y la condecoración con la orden de Morazán.
Guardo conmigo las declaraciones y entrevistas del cardenal expresándose en varias ocasiones sobre la vocación de servir de su ex alumno salesiano y la inquietud que identificó en él por la palabra de Dios.
Hoy con esta tragedia que estamos viviendo, nuestro guía religioso nos ataca olvidándose de nuestros derechos y los del pueblo e ignorando los crímenes de lesa humanidad contra los hondureños y nuestra familia. El cardenal Oscar Andrés Rodríguez nos ha demostrado con su silencio, que no le remuerde la conciencia saber que con su apoyo al golpe de estado ha fortalecido las acciones contra el pueblo. No se puede guardar silencio ante las tantas torturas, asesinatos, y la cruel represión a la que millares de seres humanos indefensos estamos sometidos por las constantes y comprobadas violaciones a los derechos humanos.
La imagen que hoy proyecta un guia espiritual cristiano defendiendo a los poderosos, a los militares y sus cómplices (que violentamente rompieron el orden democratico) no es lo que esperábamos. Ésta es gente que cada día se despierta implorando a Dios para mantener sus privilegios y se vanagloria de la desgracia del pueblo en su opulencia.
El Vaticano y el Santo Padre Benedicto XVI, lamentó la situación con el golpe de estado, contrario aquí se arreciaron los ataques del cardenal contra un presidente que creó programas y proyectos para los pobres que llevaron a la reducción de la pobreza extrema, mejoró la calidad de vida de los obreros, y además, ha promovido los principios cristianos apoyando la iglesia. No abona a la imagen que guardaba de él la crueldad con la que ha tratado nuestra familia. Ninguna vocación por la verdad, ninguna condena al golpe de estado, ni al ataque y asalto a mi casa con más de 200 militares con cientos de ráfagas de disparos, y la violación a los derechos del ciudadano presidente y del pueblo hondureño. Con indiferencia, ha ignorado la condena de todos los países y la condena del pueblo en Resistencia contra el golpe de estado en Honduras.
Cuando los religiosos participan en defensa de los grupos de poder y no defienden al pueblo regresamos a la época mas oscura del cristianismo. El poder de la religión sobre el Estado es dañino cuando avala la represión, la historia así lo ha registrado. Hoy, Honduras no es la excepción cuando los que usurparon el poder pretenden adueñarse de Dios símbolo de pureza y de la cruz para defender la mentira, a los militares y avalar las más sangrientas acciones contra el pueblo. Volver a llenar los templos de fariseos y mercaderes contradiciendo las enseñanzas de Cristo no es lo mejor. Yo le pido a su eminencia, en esta ocasión, que no encubra este golpe de estado porque se hace cómplice con ello de sus crímenes, no manche su investidura ignorando la represión que con ello nos devuelve a esa época que creímos superada.
Tengo 24 años, seguramente no es la edad suficiente para conocer de la vida, y ser dueña de la verdad, tal vez no tengo el suficiente estudio o trayectoria dentro de esta materia (religiosa o política) que me permita hablar de ello con propiedad, pero estoy consciente que tengo la suficiente razón para opinar sobre el actuar y pensar de nuestro pueblo y defender mis valores, mis compromisos, y reclamar el respeto a los derechos humanos. Decidí hacer esta nota al ver los rostros llenos de dolor y lágrimas de mis hermanos, mis abuelas y mi madre provocados por sus injustos ataques que hoy me recuerdan a los sumos sacerdotes que condenaron a Cristo siendo inocente.
La “Moral” no está en las paredes de los templos, no está en el rosario que se posa en el pecho, ni en la representación o posición que se ostente. La Moral está en aquél que tiene el corazón sensible para defender a la humanidad contra el abuso ancestral de los poderosos que provoca hambre y miseria. Se encuentra en el amor por la justicia, amor a los pobres y a los que sufren. Hombres con “moral” es lo que necesita Honduras.
He aprendido a perdonar, bendecir y amar a quienes me hacen daño, maldicen y juzgan. Sin duda esa es la lección más difícil que me ha tocado enfrentar. Al compartir con mi papá este sentimiento me dijo ¨Pichu, perdonalo, está mal informado¨. Así es mi padre, tengo el ejemplo de un hombre que se le ha juzgado más de siete veces y mil veces siete ha perdonado. Ha puesto sus dos mejillas con cada bofetada y aún así en los momentos más difíciles me ha dicho “El hombre es hecho a imagen y semejanza de Dios, es tan hermoso el ser humano que es capaz de arrepentirse y perdonar siempre”.
Yo perdono sus ofensas cardenal, considero que usted nos falló, mi familia ya lo ha perdonado por las acusaciones sin fundamento hechas a mi padre. Seguimos fielmente las enseñanzas y prédica de Jesús, el Cristo que cambió la ley del talión por el perdón.