Llamada “operación tortilla brasileña” por el representante en Honduras del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), Sergio Guimaraes, la misión humanitaria abastece de alimentos, ropa o medicinas a Zelaya y a las cerca de 40 personas con quienes permanece en la sede diplomática.
“Había mucha dificultad para llevar a la embajada lo que necesitan sus ocupantes, por eso nos pusimos a hacerlo. La tortilla en Brasil no existe, pero es el alimento que entra todos los días”, cuenta Guimaraes a la AFP.
Sitiada por unos 200 miembros de las fuerzas de seguridad, a la embajada sólo puede acercarse el vehículo de UNICEF, que debe estacionar en una esquina, en el parqueo de una cadena de comida rápida estadounidense, junto al que está un primer retén policial.
Las cajas y bolsas son colocadas en un carro de la policía para aproximarse aún más a la embajada, a un segundo puesto de control. “Son los 500 metros más difíciles y largos de mi vida”, dice Guimaraes, que encabeza el operativo desde que Zelaya entró a la embajada sorpresivamente el 21 de septiembre, buscando presionar una negociación sobre su retorno al poder, que hasta ahora no fructificó.
Aunque aceptaron dejar de revisar los alimentos con perros antidrogas y usar guantes “porque protesté”, según Guimaraes, el control aumenta como la presión sicológica que se ha utilizado contra la sede: música estridente en altoparlantes en la madrugada, rampas de francotiradores y ondas magnéticas que producían dolores de cabeza, neutralizadas por los ocupantes con forros de papel aluminio en las paredes.
La “operación tortilla brasileña” enfrenta (explica Guimaraes) los siete mandamientos de la policía: 1. Las cosas de vidrio no pasan. 2. La comida sólo pasa en cajas de poliuretano. 3. Nada de papel de aluminio. 4. Solo pasan envases sellados. 5. Foco quemado, foco cambiado. 6. Cortauñas: lo deja hoy y se devuelve mañana. 7. Frutas sólo con prescripción médica.
“Es la primera vez que tenemos que ir al médico para que prescriba frutas. Están cada vez más estrictos. No dejan pasar agujas, hilo, baterías y muchos alimentos”, comenta Guimaraes.
Mientras unos policías o militares revisan los paquetes, otros vigilan, levantan actas, toman fotos y graban videos. “Con lo que han filmado pueden hacer dos largometrajes”, dice jocosamente el funcionario de UNICEF.
Guimaraes divide en tres grupos los destinatarios de la operación: A. Zelaya, su familia y los funcionarios de la embajada. B. Un puñado de periodistas. Y C. Los seguidores del mandatario que lo acompañan y se encargan de la seguridad de la embajada.
“No dejan pasar lociones, desodorantes, hojas de afeitar, champú, zapatos, frutas o alimentos enlatados. Los primeros días fueron terribles con la misma ropa y sin bañarse”, cuenta el fotógrafo de la AFP en el lugar, Orlando Sierra.
Zelaya y su esposa Xiomara Castro (quien lo acompaña) reciben la comida que envían desde afuera sus hijos; los medios internacionales contratan platos ya elaborados para sus periodistas, y los seguidores del presidente comen lo que les mandan sus parientes. Pero todo bajo las reglas y a través de UNICEF.
Hace unos días un corresponsal trató de que le llegara un disco duro en una caja de cereales y otro unos cigarrillos entre papas fritas. “Nos crearon problemas porque ahora están más estrictos”, comentó Guimaraes. Pero fue el alimento que pasa sin problema para los seguidores de Zelaya el que inspiró al diplomático brasileño: “Al pueblo no le puede faltar un solo día la tortilla”.