Del otro medio millón que estudian la secundaria, muchos lo hacen con el sacrifico de trabajar durante el día y asistir a clases por la noche. Es un gran esfuerzo digno de aplaudir y apoyar.
Lastimosamente no piensan así los empresarios de la maquila donde laboran alrededor de 130 mil trabajadoras. Casi todas ellas saben leer y escribir porque es requisito para laborar allí haber aprobado por lo menos el sexto grado; esto implica que de las aldeas y municipios rurales de Honduras las pocas que han logrado estudiar se han venido a la ciudad. Asimismo mas de 10 mil profesionales de educación media han ocupado un puesto en las fábricas golondrinas: maestros, bachilleres, peritos mercantiles y secretarias, formados muchos de ellos con el dinero del Estado, están al servicio de esta industria que lo único que aporta al país son los salarios de los empleados. Para ellos es también muy difícil continuar estudios superiores y tampoco se desempeñan en la profesión para la que fueron formados.
El mayor problema es que las maquiladoras están obstaculizando la superación académica de los jóvenes al obligarlos a trabajar mas de las ocho horas establecidas en la Ley. De esa forma las trabajadoras no pueden asistir al colegio o la universidad según sea el caso.
El ánimo de estudiar es mucho. Hay quienes se matriculan cada año aunque a mitad del mismo les toque retirarse al faltar a clases por exigirles trabajar 14 o más horas diarias.
Hay otros que han recurrido a sistemas de educación a distancia en los cuales sólo tienen que asistir a clases los fines de semana, pero también a ellos se les obstaculiza cuando tienen que laborar sábados y domingos forzadamente, bajo las amenazas de sanciones y castigos.
El presidente Flores constantemente durante su campaña proselitista repetía que “si una sola cosa pudiera hacer por Honduras, sería darle educación”. A un año de finalizar su periodo todavía podrían hacer algo los del gobierno: interceder para que los industriales en su afán de acumular riquezas sólo para ellos, no sigan impidiendo la superación académica de miles de jóvenes trabajadoras.
Si esas manos generan millones de dólares, como se vanaglorian los empresarios, ¿No creen que es justo que se les conceda su derecho a recibir el pan del saber? ¿Estarán dispuestos los maquilado-res a respetar el derecho a la educación?
Apoyemos el espíritu de superación de nuestra juventud trabajadora. Ellos son la principal riqueza de nuestra patria. No se trata de grandes regalías o concesiones, solamente basta con que se garantice el cumplimiento de la ley.
Bartolo Fuentes
Fuente: Vida Laboral Edic. # 4, Febrero de 2001