COMUN. El Progreso, Yoro, 11 septiembre 2007
Aquí en nuestro país podemos hablar de todo, menos cuestionar de frente a los caudillos y a quienes se consideran los dueños y propietarios de nuestro país y hasta de nuestras vidas y conciencias.
La macabra práctica de repartir magras ayudas a los damnificados con el rostro del Presidente del Congreso Nacional es éticamente una aberración, y pone al desnudo una cultura política patrimonial la cual se sostiene sobre la base de que el país y el Estado son propiedad de un puñado de personas, quienes pueden hacer uso de sus recursos para repartirlos entre la gente a cambio de obediencias y fidelidades.
En estos días de emergencia, la zona de El Progreso ha sido especialmente un laboratorio para poner la desnudo el modo de hacer política en Honduras. Cuentan de una mujer que, afanada en elevar su perfil de cara a las próximas campañas políticas, se encaramó varios
colchones sobre su espalda justo en el momento en que varias cámaras se disponían a fotografiar un camión cargado de ayuda a los damnificados.
Sin duda, la mayor de todas las perversiones ha sido lo que ocurrió con las bolsas entregadas a gente damnificada con la fotografía colorada del Presidente del Congreso nacional y aspirante a la presidencia de la República de Honduras. Sucedió el día jueves 6 de septiembre en la noche. Activistas del caudillo visitaron a la gente cuando la misma todavía estaba empapada por las inundaciones. Los activistas le daban a la gente una palmadita en la espalda y de inmediato le entregaban la bolsa con la formidable foto del político de Yoro.
La propia esposa del caudillo confesó que en efecto estaban entregando aquellas bolsas, pero que no aceptaban las críticas puesto que dicha actividad política la hacían con fondos propios de la familia. A confesión de partes, relevo de pruebas: la gente damnificada se convirtió en objetivo preciso para propaganda electorera. Para la guerra política no importa la trinchera, lo que importan son los votos.
Sin embargo, queremos ir más al fondo de esta situación. La falta de ética social no es solamente de quienes han traficado con las necesidades de la gente empapada por las inundaciones, sino de quienes conociendo el hecho han guardado un prudente y cómplice silencio. El que calla otorga, dice el refrán, y las organizaciones sociales e instituciones no gubernamentales enteradas de esta barbaridad han preferido callarse ante el riesgo de perder favores del caudillo.
Sin embargo, si los sectores sociales y no gubernamentales cierran su boca por proteger sus intereses, el clamor de esta injusticia está llegando hasta el cielo, y sin duda este grito llegará hasta los confines de la tierra, y no callará hasta alcanzar la condena hacia una práctica politiquera que en nada abona en la lucha por construir una sana y verdadera cultura política y ciudadana.