Antes perseguido por subversivo y hoy un experto de la medicina natural y nominado a un premio internacional.
Dos décadas atrás, nadie se imaginó que al Padre Fausto Milla, se le reconociera su labor social a favor de los pobres, pues en los años setenta y principios de los ochenta, su trabajo evangelizador provocó que la policía y el ejército lo persiguieran como si se tratara de un criminal.
En su parroquia de Corquín, Copán, integrada en su mayoría por campesinos e indígenas, inicia la organización del pueblo para la defensa de sus derechos humanos y la revalorización de la cultura. Por ello fue víctima de amenazas, persecución y capturas.
Esta situación lo obligó a salir del país para refugiarse en México, allá amplió y perfeccionó sus conocimientos sobre la medicina natural. Hoy, aquel peligroso “guerrillero” a criterio del ejército y de la Dirección de Investigación Criminal (DIN), se ha convertido en fuente de vida a través la medicina natural.
Por su contribución a la soberanía y seguridad alimentaría, la Alianza Nacional contra el Hambre le otorgó en octubre del 2003, el premio Nacional de Alimentación. Actualmente está nominado al premio Bartolomé de las Casas, que otorga Casa América de España a los hombres o instituciones destacados por promover, proteger y respetar la cultura de los pueblos indígenas. Su postulación nace de los sectores campesinos y del movimiento popular.
Su infancia
Fausto Milla nació en Guarita, Lempira, el 22 de octubre de 1927, es el segundo de cinco hijos procreados por José María Milla y Trinidad Núñez.
“Los Milla son una familia española de esas que se conservan y mi padre de joven vivió una lucha fuerte, Guarita es un pueblo lenca invadido por españoles, que son los que ocupan el centro, ellos son los dueños de los negocios y son los que siempre son alcaldes. En un tiempo los indios se sublevaron contra los blancos para separarse y mi padre sin ser indio, se unió al lado de los indios”, relata el sacerdote.
Durante la dictadura de Tiburcio Carías Andino, su padre tuvo que huir a El Salvador, su familia quedó en la nada por la confiscación de los bienes “y mi madre solo quedó con la riqueza de cuatro niños y un quinto por nacer, recuerdo que un día dormimos en la casa de un señor Mardoqueo, en la aldeita que se llama La Majada y por habernos dado posada en su casa, le pusieron la multa de una vaca”, relata.
Su educación
A los cinco años estudió música con el maestro Benjamín Rivera, con quién aprendió solfa y un año más tarde, inicia sus estudios en la escuela primaria Manuel Bonilla, de su pueblo natal, donde finaliza con éxito.
En Guarita no había educación secundaria. Su madre no tenía recursos para enviarlo a otro lugar, pero un amigo sacerdote de El Salvador le ayudó para que estudiara en un colegio de Santa Tecla. Aquí permaneció dos años, luego como hermano marista viajó a Colombia para trabajar y continuar estudiando.
Regresó a Guatemala en 1950 y en ese país se mantuvo toda la década, luego se estableció en El Salvador y cuatro años después viajó a Roma, donde participó en la inauguración el Concilio Vaticano en 1962.
En 1963, regresó a San Salvador y más tarde a su pueblo natal para cuidar de su madre hasta que ella falleciera. De nuevo viajó a Colombia y en agosto 1968 junto a 200 latinoamericanos, el Papa Pablo VI lo ordenó sacerdote.
Su retorno como sacerdote
Ordenado sacerdote llega a Honduras, el obispo de la Diócesis de Copán lo cede en préstamo a los padres capuchinos que tenían a su cargo las parroquias de Ocotepeque y parte Lempira. Fue nombrado párroco de Guarita donde incide para resolver muchos problemas fronterizos.
Aquí se encontraba, cuando las tropas salvadoreñas invadieron el territorio nacional en 1969, “a mi me tocó sufrir aquella guerra de ladrones, asesinos y sátiros, sufrí mucho cuando en esa escuela donde yo recibí educación, bajaron los salvadoreños la bandera hondureña para izar la salvadoreña, parece un detalle, pero me pegó muy duro”, manifiesta el Padre Milla.
Su estadía en Guarita fue corta, pues el 22 de agosto 1970, la Diócesis lo traslada a la parroquia de Corquín, Copán, una feligresía compuesta en su mayoría por campesinos. Desde su llegada fue rechazado por los comerciantes que dividieron la iglesia y formaron un grupo denominado “Católicos Unidos”, a quienes no les gustaba la orientación que el nuevo párroco le daba al pueblo. Pero la mayoría acompañó al sacerdote en su lucha por mejorar las condiciones de vida de la población. Aquí permaneció hasta noviembre de 1982.
Persecución
Siendo párroco de Corquín, el Padre Milla, también se desempeñaba como director de Caritas Diocesana, su trabajo en la organización de las comunidades y la protección que daba a los refugiados salvadoreños provocó que los militares y la policía secreta y uniformada lo persiguieran permanentemente.
Un hecho importante en la vida del Padre Fausto fue la masacre del río Sumpul, el miércoles 14 de mayo de 1980. Cerca de 600 vecinos que huían de los caseríos salvadoreños de San Jacinto y la Arada, fueron asesinados por militares y policías salvadoreños y hondureños. La matanza terminó a las cuatro de la tarde y el jueves 15, campesinos hondureños recorrieron la zona de la masacre y rescataron a los sobrevivientes. Los ejércitos habían abandonado el lugar.
El sábado 24 de mayo, desde su parroquia en Corquín, el Padre denunció la masacre. La noticia fue ignorada oficialmente y por presiones del gobierno no circuló en los medios de comunicación. Pero un mes después nuevamente hace la denuncia que es respaldada por 36 sacerdotes y religiosas, uniéndose además el Obispo de Copan, Monseñor José Carranza Chevez y responsabilizan de la masacre a ambos ejércitos.
El Presidente Policarpo Paz García calificó de calumniosa e irresponsable la denuncia, negó la masacre y amenazó con expulsar del país a los sacerdotes y religiosas extranjeras que firmaron la declaración. Sin embargo, la Conferencia Episcopal de Honduras, presidida por Monseñor Héctor Enrique Santos, ratificó la acusación.
El ejército hondureño tomó control en la zona del Sumpul, para evitar la divulgación de la masacre, sobrevivientes que entregaron documentos a sacerdotes o a periodistas, desaparecieron posteriormente y en mayo al menos dos veces incursionó el ejército salvadoreño a territorio hondureño.
El ejército y la policía acusaban a Fausto Milla de organizar grupos guerrilleros y almacenar armas. En muchas ocasiones realizaron cateos a la casa cural en Corquín y los templos de Belén Gualcho y Sensenti, Ocotepeque. Las iglesias fueron saqueadas y el sacerdote amenazado a muerte.
En su recorrido entre Cucuyagua y Corquín el Padre Milla pasaba frente al Séptimo Batallón de Infantería, ahí lo detenían hasta por cuatro horas, para hacerle registros o ser interrogado por oficiales del ejército.
En las cárceles clandestinas
En febrero de 1981, cuando venía de México de participar en el Tribunal Permanente de los Pueblos, el Padre Milla fue secuestrado por escuadrones de la muerte, en La Flecha Santa Bárbara. Estuvo cautivo durante seis días en un cuarto de tortura localizado en la tercera avenida, frente a la Droguería Nacional, en San Pedro Sula. No lo interrogaron ni recibió torturas, pero no le dieron de comer y tuvo que soportar los lamentos de otros detenidos mientras los torturaban.
Lo trasladaron a Tegucigalpa, donde fue interrogado por un agente de apellido Bográn, que recién había llegado de Argentina de especializarse en acciones represivas y habló también con el coronel Juan Evangelista López Grijalba, uno de los principales responsables de las desapariciones en la década de los ochentas. Su secuestro se conoció internacionalmente y hubo muchas presiones al gobierno hasta que lo liberaron.
Recuerda el padre Fausto que mientras estuvo detenido se dio cuenta que ahí se encontraba Facundo Guardado, un dirigente revolucionario salvadoreño, que tenía un mes de estar desaparecido en Honduras sin que nadie lo supiera, hasta que el Padre Fausto cuando quedó libre lo dijo públicamente. Días después Facundo salió en libertad cuando el hondureño Movimiento Popular de Liberación “Cinchoneros” secuestró un avión y exigió la entrega de varios presos políticos.
Su pueblo lo respaldó
Al ser liberado el Padre Fausto Milla, más de cuatro mil personas provenientes de varios municipios del sur de Copán y Ocotepeque, trasladándose a escondidas, se manifestaron en las calles de Corquín para repudiar la acción del gobierno.
En la parroquia se encontraban dos religiosas estadounidenses y un teólogo alemán, quien fue víctima de atropellos por parte de la policía, por hacer unas fotografías de la movilización. En la marcha se infiltraron agentes de la DIN y del ejército que también hicieron fotografías, grabaron discursos e identificaron a los líderes. Luego vino la persecución y algunos salieron locos después de un mes de torturas en Santa Rosa y en Tegucigalpa.
“Allá mismo en Corquín empezaron a golpearlos delante de mi, porque cuando comenzaron a capturar a la gente yo me fui a poner casi en la puerta de la FUSEP, con mucha gente” dice el padre.
La situación se volvió difícil. En noviembre de 1982, diez meses después de la movilización, le tendieron una red para capturarlo o ejecutarlo, pero logró escapar a la Costa Norte, donde permaneció clandestinamente cambiando de casa entre Choloma y San Pedro Sula.
Salió exiliado a México y regresó hasta en 1986, momentos todavía de mucha represión. Aunque los militares lo vigilaban, comienza de nuevo a trabajar con los indígenas promoviendo la medicina natural, el rescate de la cultura y la defensa de los derechos humanos sobre todo en las comunidades Lencas y Chortís, a través del Instituto Ecuménico de Servicios a la Comunidad (INEHSCO) fundado en 1980.
Esa labor durante 20 años se ha extendido a otras zonas del país donde el padre se traslada para atender consultas, capacitar sobre medicina natural y promover la alimentación saludable. Eso mismo lo hace actualmente a través de la radio y medios escritos.
El Padre Milla continúa su labor como sacerdote y participa en las luchas de las comunidades. Recientemente ha participado en las acciones contra la construcción de la represa El Tigre y la minería a cielo abierto. A sus 80 años se considera un hombre rebelde, como Jesús, mantiene su espíritu joven y la firme esperanza de lograr una Honduras con dignidad.