Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”, dijo Monseñor Romero pocos días antes de que un francotirador profesional le estallara una bala en el corazón mientras elevaba el vino en el altar de la Eucaristía, en una capilla de un hospital de enfermos cancerosos, a muy pocos pasos de su sencilla y austera habitación.