Mi abuela decía que uno era del lugar donde le enterraron el ombligo y que mi madre enterró mi cordón umbilical en las raíces de Ceiba; porque este árbol representa la unidad de la madre tierra con el cielo.
Las primeras lecciones las aprendí en el vientre de mi madre cuando estaba embarazada a través de la pedagogía de los sueños, que se basó en tres principios: un entrañable amor a la madre tierra y a la humanidad, decir la verdad y respetar la dignidad y la vida.
En cada pedacito de tierra, o cerca del manantial o del río – manifestaba mi abuela- “hay que sembrar un árbol o una plantita alimenticia o medicinal. La tierra y el agua sana mantienen el cuerpo, la mente y la comunidad animal y humana saludables”.
Crecí observando a mi madre pedalear día y noche una máquina de costurar camisas para una fábrica que la explotaba sin el mínimo derecho laboral. Éramos “los de abajo” de la línea del ferrocarril, donde la pobreza, los burdeles, el alcoholismo y la violencia proliferaban. Los fines de semana llegaban “los campeños” (trabajadores agrícolas de las empresas bananeras) a emborracharse y agredirse entre sí con sus machetes. Era la forma de autodestruirse y de manifestar su impotencia frente al poder bananero estadounidense.
Cuando tenía ocho años, a las tres de la madrugada acompañé a mi madre a ver el cuerpo, casi decapitado, de mi padre; quien fue asesinado por un sicario contratado para quitarle un pedazo de tierra. Éramos siete hermanos y hermanas, aprendimos de ella a no tener odio ni venganza, la no violencia ni el consumo de drogas y alcohol… Vino una tormenta tropical y perdimos todo incluyendo nuestra propia casa.
En mis años de estudiante de secundaria conocí al campesino Chepe Campos, de origen salvadoreño, que por pobreza había emigrado a la ciudad. Era ladrillero, trabajamos junto en el sueño de organizar un sindicato de ladrilleros. El proyecto no concluyó por los cuerpos represivos antisindicales y porque la inundación destruyó las ladrilleras.
El otro maestro fue Cristóbal, zapatero del barrio con quien conversábamos sobre la injusticia social. Cuando cursaba la secundaria en el Instituto José Trinidad Reyes conocí a un campesino guatemalteco que fue trabajador agrícola de las compañías bananeras. Él nos explicaba con suma sabiduría las experiencias dolorosas de ser explotado por estas empresas.
Sufrimos hambre, humillaciones y pobreza para poder estudiar medicina. Trabajé con una idea central: servir a los pobres, a los campesinos, obreros, pueblos originarios, garífunas y estudiantes.
Realicé estudios de Post grado de Medicina en Estados Unidos. El movimiento por la paz de juventud estadounidense contra la guerra de Vietnam; Martin Luther King, Malcon X y Gandhi fueron inspiración para el posicionamiento contra el militarismo, la tortura y violencia estructural.
Sin embargo llegué a la comprensión de que la esencia del capitalismo es antihumana y racista; que en su seno se engendra el propio proceso de transformación cualitativa de la humanidad y que no hay que ser indiferente ni neutral, que hay que tomar posición frente a la injusticia, la guerra y la violación de los derechos humanos.
Nunca quise quedarme en el norte; aun cuando fui condenado en Honduras por los escuadrones de la muerte y la Alianza Anticomunista de Argentina (Triple A). He sido víctima de la política de “las tres t”: trauma, tortura y terror. Eso no ha hecho posible de parte mía que exista odio para ninguno de mis adversarios ni detractores. Parto del principio de que debe preservarse la vida de cada ser del planeta y que se debe defender este principio donde sea; por eso tengo la firme convicción de no ser racista, clasista, sexista, homofóbico, partidario del patriarcado, ni del autoritarismo; pero no puedo guardar silencio ante los crímenes y mentiras de la geopolítica militar del capitalismo financiero internacional, articulado al poder oligárquico y a la ideología del neoliberalismo. En esencia, soy antiimperialista.
Tengo la firme convicción de que sin la solidaridad local, regional, global y viceversa no podrán hacerse nunca transformaciones sustantivas en el seno de la humanidad planetaria.
Con este preámbulo de mi vida quiero respetuosamente invitar a los amables lectores, amigos y amigas de la vida y de la Madre Tierra a mover sus conciencias para manifestarse en contra de la injusticia que ocurre en Honduras y Mesoamérica y los planes de guerra contra los pueblos de La ALBA y Nuestra América.
He servido como médico con un amor profundo para los pobres, y los condenados de la tierra que viven en el mundo de la injusticia. Expreso mi testimonio solidario y contra las condiciones injustas en que viven los pueblos lencas, donde la oligarquía se adueñó de los ríos y quieren construir en San Francisco de Opalaca, una represa para desviar el destino de las aguas y generar luz en sus proyectos multinacionales. Sin embargo el pueblo lenca está iluminado, rechaza la turbia luz de la corrupción que vulnera la vida de los ríos y del bosque; y se suma al Frente Nacional de Resistencia Popular para participar en la Refundación de Honduras e instalar la Asamblea Nacional Constituyente que dé paso a una Constitución para todos.
Cuando examino a las comunidades originarias y campesinas observo el proceso infame de la injusticia social que obliga a los seres a la autofagia (comerse a sí mismos). Tienen los niños y las niñas los ojos tristes, anémicos, secos; con sus barrigas abultadas y llenas de parásitos, descalzos, descarnados e hinchados por el dolor. Esta horrenda realidad no sólo me conmueve y me hace llorar, sino que mi conciencia adquiere un mayor compromiso con el pueblo en resistencia.
Hace algunos años presenté mi testimonio de solidaridad y contra el asesinato de los tolupanes en Yoro, ocasionado por la ocupación de tierras para el ganado. Los autores de esta trama siniestra pagaban 500 dólares por cada cabeza humana. Esta práctica es indicadora del racismo extremo en Honduras y de que el sicariato siempre ha sido un expediente normal en manos de los poderosos.
Hago memoria de Tacamiche, para citar uno de tantos desalojos violentos en Honduras. En julio de 1995 fueron desalojados por militares hondureños cerca de 500 personas que vivían desde hacía medio siglo en tierras abandonadas por un ramal de la empresa norteamericana Chiquita Banana. El costo simbólico de estas tierras para la empresa bananera fue de un dólar. Para desalojar a los campesinos fueron lanzados centenares de bombas lacrimógenas. Atendimos a niños y niñas quemados y varias mujeres abortaron por la exposición a los gases tóxicos. Destruyeron el centro de salud, la Iglesia Escuela, los maizales y los frijolares. Las quinientas personas desalojadas fueron ubicadas en edificio con un solo baño y un servicio sanitario.
Si nos preguntamos quiénes son los que han sido despojados de sus tierras y de las aguas por parte de las empresas mineras, bananeras, camaroneras, madereras y plantaciones de palma africana para agro combustibles: son los pueblos originarios, garífunas, misquitos y los campesinos. Ellos y ellas son las que producen la tierra, viven en condiciones paupérrimas y los que tienen las perores condiciones de salud, educación, agua potable y vivienda.
En base a estos antecedentes históricos; apelamos a la unidad, organización y movilización de la conciencia local, nacional y mundial con el objetivo de detener la maquinaria de guerra geopolítica, ideológica y antihumana contra los pueblos de América Latina. En el Bajo Aguán, en Honduras, se están desarrollando los planes de una masacre campesina. Son urgentes mensajes para exigir delegaciones, solidaridad económica y toda ayuda humanitaria para las familias del Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA)
La violencia grita en cada poro sudoroso del campesino y el sistema compra las conciencias para ocultar la verdad. Defender a toda costa la vida humana y del planeta debe ser nuestra misión. En este país pequeño, con un sistema oligárquico y con un ejército del capitalismo internacional se reflejan los planes multimillonarios de proliferación de bases militares, campañas mediáticas y el crecimiento del fundamentalismo religioso multimillonario ideológico, mediático, contra CUBA, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y el sufrido pueblo de Colombia.
Se ensaya y experimenta una guerra en Honduras que comienza contra el campesinado y los pueblos originarios y garífunas. Es el poder del negocio de las armas y la compra de conciencias contra el proceso de liberación y la dignidad histórica de los pueblos de América Latina.
Celebremos la fuerza de la unidad espiritual y cultural de la resistencia de los pueblos del mundo frente al dolor y el sufrimiento. Nuestro compromiso ético y liberador debe ser de tal grado que ante el menor asomo de injusticia, el vuelo sutil del colibrí nos conmueva y nos invite a defender la dignidad y la vida.