Sin embargo en la realidad a muy poco de lo dicho, exageradamente a poco, se le ha dado cumplimiento. Las estadísticas son reveladoras. El sistema capitalista y su modelo económico neoliberal genera cada día más hambre y miseria y es sobre las mujeres que recaen los mayores golpes.
Las privatizaciones de la salud, educación, agua y otros servicios y el aumento de los costos de la canasta básica se convierten en mayor sufrimiento para las mujeres.
Para las mujeres, con marido o sin él, aumenta el calvario al momento que se enferma ella o alguien de la casa y tiene que madrugar durante meses para conseguir una cita en el hospital. Aumenta su pena tres veces al día al tener que preparar los alimentos y el dinero le rinde menos. Ella es la que hace milagros para mandar al niño a clases y cumplir con las múltiples contribuciones porque el Estado ya no cubre las necesidades de los centros educativos.
Hace rendir al máximo la poca agua que se consigue, igual que la leña o el bote del gas, se rebusca en las tiendas de ropa usada para vestir a la familia y debe ahorrar para pagar la luz a fin de mes y en muchos casos el alquiler de la casa.
Y frecuentemente el pago a todo este sacrificio son insultos y golpes de su marido, que se supone debería ser su apoyo y compañía: 120 mujeres murieron por violencia doméstica en el 2004, según los reportes.
Incorporar a la mujer al trabajo asalariado, sobre todo en la maquila, ha sido de enorme beneficio para los empresarios. De esa forma han duplicado la mano de obra disponible y al haber mayor oferta de brazos baja el precio de los mismos, es decir se puede pagar miserables salarios porque hay miles esperando una oportunidad de empleo.
Si los empresarios tuvieran la mínima consideración para las mujeres podrían empezar por cumplir con lo establecido en la ley sobre los derechos de maternidad y la construcción de las guarderías. A ellos tampoco les interesan los derechos de las mujeres.
El gobierno, los politiqueros e instituciones de supuesto apoyo al desarrollo usan a la mujer nada más como adorno para sus discursos, recurso para captar votos o enganche para obtener financiamiento. Si antes sólo se usaban a las elegantes mujeres en los anuncios publicitarios, ahora también para muchos es negocio la mujer en harapos.
Los derechos de las mujeres también han sido mampara para intentar justificar guerras crueles e injustas, como en el caso de Afganistán e Irak. Las transnacionales de la desinformación mostraban la opresión de las mujeres musulmanas cuando había que volcar la opinión pública a favor de las tropas invasoras, pero luego se olvidaron totalmente de ellas, aún cuando fueron víctimas de las bombas “inteligentes”.
Los derechos de las mujeres podrán dejar de ser “papel” y convertirse en realidad cuando todas se organicen y reclamen su cumplimiento. Cuando tomen la palabra por su propia cuenta y que no sean unas cuantas “señoras y señores” que hablen a nombre de ellas en los pomposos eventos oficiales. Ese es el espíritu del 8 de marzo.
Fuente: Vida Laboral, Edic. # 18, Marzo de 2005