Con el paso del tiempo algunos de sus pensadores quisieron eliminar hasta las palabras que se empleaban durante la década de los 80. Afirman que explotación, opresión, alineación y otras muchas son “palabras pasadas de moda”. Esto es pretender tapar el sol con un dedo. Una palabra no puede “pasar de moda” cuando la circunstancias que la originan siguen vivas en la realidad actual y con mucha mas crueldad que antes .Basta ver las maquilas y nos podemos dar cuenta de cómo las personas que allí laboran continúan siendo explotadas y oprimidas: sometidas a largas jornadas de trabajo, a cuotas de trabajo exageradas, a condiciones de trabajo inhumanas, a falta de asistencia en la salud, a mala remuneración económica, a no gozar de sus prestaciones laborales; es decir a injusticia, opresión y explotación de todo tipo.
¿Cómo debe ver esto cualquier cristiano que viva su bautismo? El modelo de actuación debe ser, para nosotros, la figura de Cristo. Cristo que tiene un concepto claro de Dios Padre: un Dios defensor de los pequeños, un Dios misericordioso con los pobres, un Dios fiel. Ese Cristo que se conmueve ante el dolor humano. Es esta misericordia de Cristo la que configuró toda su vida, su misión, su actuar, su destino. Es el sufrimiento de las mayorías, los pobres, los débiles, los marginados, los ninguneados, los privados de dignidad, lo que motiva el actuar de Cristo, lo que hace que “se le remuevan las entrañas”. El compartió esa situación y su esperanza de los que no tienen esperanza. Actuó en favor de los pequeños y oprimidos. A sus opresores los desenmascaró, los denunció, los llamó al cambio y algunos pocos, como Zaqueo, se convirtieron. Se preocupó por eliminar el sufrimiento injusto de los pobres, de los débiles. A ellos les anunció el Reino de Dios. Se sentó con ellos a la mesa y con ellos celebró.
De allí surgió su oración del Padre Nuestro: un Padre de todos, no solo de algunos, al que se pide que venga ese Reino de justicia, de solidaridad, de misericordia de paz; al que se le suplica se haga su voluntad de ser todos hermanos y compartir todo como se hace en el cielo; al que se le pide pan para todos, nuestro pan de cada día, no mi pan de cada semana, al que se le ruega misericordia porque vamos a ser misericordiosos; al que se le dice no caigamos en la tentación de poseer cosas y a personas como que fueran cosas, que nos libre de todos los males que nuestro egoísmo trae consigo.
La pregunta que surge entonces, para todo cristiano que realmente viva su bautismo, es ¿Qué podemos hacer nosotros frente a la realidad actual? Definitivamente que lo primero es tener los sentimientos que tuvo Cristo, entrar en comunión en El, compadecerse frente al sufrimiento de los más pobres. El cristiano tiene que tener claro, también, que el trabajo es una actividad querida y bendecida por Dios, algo que planifica al ser humano, algo que perfecciona en cierto modo la creación; todo trabajador tiene algo de creador. El trabajo descubre y suscita la fraternidad. Supone colaborar con Dios en la creación.
Se requiere tener claro que la tierra entera es para la persona humana, por lo cual toda persona tiene derecho de encontrar en ella cuanto necesita para su subsistencia y su progreso. Todos los demás derechos, sin excepción, están subordinados a éste. Que la propiedad privada no es un derecho incondicional y absoluto sino que esta subordinada al bien común. Esa búsqueda del bien común exige la expropiación cuando la propiedad privada obstaculice la prosperidad de las mayorías.
Las ganancias personales no pueden quedar al libre capricho del dueño de los medios de producción, tienen que estar en función de la vida digna de las personas que las producen, por eso los salarios que las personas que trabajan reciben por esa obra, deben proveerles para que tengan la posibilidad de un desarrollo personal y familiar. Ese desarrollo no puede ser medido únicamente en función del desarrollo de las grandes empresas, sino que para ser autentico, tiene que ser completo: de toda la persona y de todas las personas porque ese es el deseo de Dios, Padre de todos. La avaricia, en cualquier nivel y en cualquiera de sus formas, es un obstáculo para el desarrollo. La avaricia no es más que la más grande manifestación de un subdesarrollo moral.
Se necesita, finalmente, una acción de conjunto: la organización que sea capaz de enfrentarse con la esperanza del pequeño David de que “Dios está con nosotros, con los débiles”, para derrotar al gigante Goliat que nos oprime y nos explota, para vivir el Reino de justicia, fraternidad, solidaridad y verdadera paz que el Padre quiere para nosotros y nos anunció por su Hijo y nuestro hermano, Jesús.
Sergio Orantes/S. J.
Fuente: Vida Laboral Edic. # 1 Marzo del 2000