La Biblia nos enseña que el trabajo es uno de los aspectos de la vida que nos santifica, es decir, que nos hace santos. Cuando vemos la creación, notamos que solo los humanos tenemos la capacidad de cambiar el mundo para hacerlo más bello y más perfecto. Y, en el primer capítulo del libro de Génesis, Dios se presenta como un trabajador un constructor, un artista, un creador. Nuestro trabajo nos permite imitar a Dios en intentar crear y formar un mundo cada día mejor.
Pero, con esta capacidad de crear y trabajar, viene una gran responsabilidad. Recientemente, hemos visto como el trabajo puede destruir al mundo creado por Dios; en vez de mejorar el mundo, lo lastima y lo deja peor. El ejemplo más claro de esto ha sido el descuido del medio ambiente por parte de las grandes empresas, que últimamente pone en peligro la vida humana en nuestra planeta. Y, a la vez, hemos visto como el trabajo puede lastimar a nosotros, los obreros y obreras, tanto físicamente como emocionalmente. Lo peor es cuando el trabajo nos des-humaniza: cuando nos roba de nuestras capacidades intelectuales para convertirnos en máquinas de producción.
Entonces, ¿cómo podemos rescatar la santidad de nuestro trabajo, y evitar que el trabajo nos deshumaniza? Proponemos que es una cuestión de perspectiva y reflexión, de oración y discernimiento. Por eso, sugerimos un corto rato de oración al final de cada día de trabajo, para ver como Dios se está revelando en nuestro trabajo o si se está desapareciendo. Es un método de oración que sugirió San Ignacio de Loyola para encontrar los rasgos de Dios en nuestras vidas, y para ver como seguirlo mejor. Tiene cinco partes sencillas:
1. Me pongo en presencia de Dios. Esto significa que busco un poco de silencio en mi casa o otro lugar, donde puedo ser consciente de Dios conmigo. Dejo las preocupaciones de la casa o del trabajo a un lado, para solamente sentir el amor que Dios tiene para mí.
2. Pido a Dios que me ilumine, y que me guíe en mi reflexión. Específicamente, pido que me muestre sus rasgos en mi día, los que me han atraído a su amor y su misión, y que también me revele los momentos que me alejaron de él.
3. Busco en mi día, y especialmente en mi trabajo, las experiencias en que sentí más vivo. ¿Cuándo experimenté más satisfacción en mi trabajo, o más confianza en mi persona, o más deseo de ayudar a los demás? Si encuentro paz, fe, esperanza, amor, y justicia, estos me indican que estoy encontrando a Dios. Por todas estas cosas buenas en mi día, doy gracias a Dios.
4. Busco en mi trabajo los momentos cuando sentí más alejado de Dios o cuando sentí des-humanizado. ¿Cuáles experiencias me desanimaron, o me lastimaron, o me hicieron sentir menos amado por Dios? Si siento una pérdida de amor, fe, esperanza, o justicia, esto me significa que lo que pasó no fue de Dios. Entonces, busco una manera para cambiarlo. Si fue algo que hice yo, pido la ayuda de Dios para mejorar mis acciones. Y si fue algo que alguien me hizo, pido la ayuda de Dios para poder enfrentar o denunciar la persona que me trató así. En esta manera, quiero colaborar en el amor transformativo de Dios.
5. Finalmente, doy gracias a Dios por haberme acompañado en mi oración y pido la fuerza de ir cambiando mi persona y mi mundo.
Esta oración solo dura unos diez o quince minutos, pero nos da una idea muy importante en nuestro trabajo y nuestras vidas. Nos puede ayudar ver lo bueno que hacemos más claramente, y sentir ánimo en seguir haciéndolo. Y, a la vez, puede iluminar los abusos que sufrimos, personales y sociales, y buscar como rectificarlos.
Ser un obrero o obrera es una vocación sagrada. Queremos rescatar lo bonito y lo santo de nuestra experiencia, y ofrecer-lo a Dios. Que él nos ayude en hacer un mundo más lleno de vida, y en enfrentar las fuerzas deshumanizaste que nos amenazan. En esto, podemos imitar a Dios mismo en su amor creativo.
Mateo Carnes SJ
Fuente: Vida Laboral Edic. # 2 Junio de 2000