Quieren hacernos creer que ya todo está consumado, que nada se puede hacer. Pero esas conclusiones ya las hemos escuchado antes cuando los intelectuales del imperio lanzaron la idea de que la historia había llegado a su fin, que el mundo ya no podía aspirar más que a maquillar la injusta e inhumana sociedad capitalista en que vivimos, que el único motor que mueve a las sociedades es la ganancia, el lucro, o mas claramente la explotación.
Pero los defensores de esta putrefacta sociedad han tenido que tragarse sus palabras. No son pocos los países que mantienen su ruta hacia conquistar la justicia para todos sus habitantes y en todos los continentes se levantan fuerzas sociales que se resisten a aceptar que el mundo quede en poder de las transnacionales, las cuales en su afán de ganancia sin limite destruyen a las personas y el planeta.
En América Latina el imperio de las transnacionales ha sufrido una gran derrota. Cuando lanzaron su proyecto del acuerdo de Libre Comercio para las Américas, ALCA, decían que el mismo era imparable, que nada se podía hacer, que todo el continente debía quedar bajo ese yugo. Con los cambios en los países de América del sur el ALCA está enterrado, ya ni siquiera se habla del mismo. Ante ese proyecto imperial se impulsa la Alternativa Bolivariana para las Américas ALBA, construida desde y para los pueblos.
Por eso Estados Unidos se apresuró a amarrar a los países de Centroamérica al Tratado de Libre Comercio, previendo posibles cambios democráticos. Les asusta que en esta región vayan a asumir gobiernos que desafíen las ataduras de la dependencia y se atrevan a construir su propio destino; como lo están haciendo Bolivia, Venezuela y otros países.
El TLC no es libre, ni es solo comercio. Se trata del acta de sometimiento total de nuestros pueblos a los intereses estadounidenses y sus voraces empresas. Así están legalizando todos los atropellos de que de hecho han estado cometiendo. Tiene implicaciones directas sociales, políticas y culturales.
Ese documento, que ronda en las mil páginas, se coloca por encima de la Constitución de la República, es decir que dejamos de ser país soberano para convertirnos en una zona industrial o en una plaza comercial donde los empresarios extranjeros ponen sus reglas.
Los voceros del TLC insisten que ya en vigencia no se puede hacer nada, solo aguantar y acomodarse. Están equivocados, porque sus mentiras no serán para siempre. El pueblo empezará a conocer los terribles resultados de ese diabólico proyecto y tendrá necesariamente que levantarse por la necesidad de sobrevivir.
El TLC será combatido y derrotado porque su implementación significa para nuestros pueblos la condena a la dependencia eterna y la renuncia a llegar a ser algún día países desarrollados.
Pero la última palabra aun no está dicha. Los hondureños no hemos aprobado el TLC. Lo hicieron el gobierno y un grupito de empresarios que son los beneficiados. Siempre manejaron las negociaciones a escondidas, se aprobó en el Congreso Nacional sin discusión y aun sin tener cada diputado la copia del mismo, es decir que no sabían lo que estaban aprobando.
Lo que se sabe del TLC es lo divulgado por las millonarias campañas publicitarias que habla de bondades para un sector como si fueran para todo Honduras. Esas farsas serán desenmascaradas. Hay que poner en claro su sarta de palabras técnicas, ambigüedades, sus trampas y el discurso de protecciones y beneficios sociales para adornarlo pero que no tienen ninguna aplicabilidad.
El TLC debe ser combatido porque nos niega toda posibilidad de terminar con la pobreza que agobia a más del 80 por ciento del país. Debe ser derrotado porque destruye los derechos laborales conquistados hace 50 años en la huelga de 1954 y nos regresa a condiciones laborales del siglo diecinueve. Es la lucha por la vida.
Fuente: Vida Laboral Edic. # 26, Julio 2006.