La política concreta de un gobierno se refleja en la salud física, mental espiritual y cultural de la colectividad social: es decir en la Salud Publica; en consecuencia el buen gobierno ocurre cuando son satisfechas las necesidades materiales, espirituales y culturales del pueblo.
Son precisamente las condiciones de existencia, espacio, tierra, agua y territorio; así como el respeto a la vida, la dignidad, la soberanía alimentaria y autodeterminación de los pueblos las que garantizan los estados y procesos óptimos de la salud integral. Es decir la que corresponde a todos los seres vivos en su interacción histórica de la naturaleza con la sociedad.
El médico, enfermera, el trabajador social o el laboratorista confronta a diario los impactos de la injusticia social y del cambio climático en los rostros y cuerpos de los sujetos enfermos. En la atención de las comunidades se observa a diario a niñas y niños descalzos, famélicos con las barrigas abultadas llenas de parásitos o los signos clínicos de los infantes marasmáticos con infecciones crónicas como la tuberculosis.
El hambre y la pobreza extrema son unas de las manifestaciones más brutales de la violencia. Los seres, al no tener alimentos se adelgazan a expensas de comerse a sí mismos mediante el incremento del catabolismo (proceso de desintegración) con respecto al proceso de anabolismo (asimilación de los alimentos) teniendo como resultado la autofagia (comerse a sí mismo) a expensas de las propias carnes y huesos…
La violencia estructural del sistema social produce lo que he denominado el Síndrome de la Multienfermedad. Entidad clínica, que no es más que la coexistencia de múltiples procesos morbosos en un ser humano o colectividad que se manifiestan como alteraciones corporales, psicopatológicas, ecológicas, sociales, culturales y espirituales; resultantes de la explotación humana de clase por el sistema más antihumano que el hombre ha conocido, el Capitalismo; producto de la acumulación histórica de la riqueza a expensas de la pobreza de los pueblos.
Esa realidad cruel, inhumana y degradante nos penetra por los ojos, oídos y poros; nos sensibiliza y obliga a desarrollar el ser social frente al reto de transformar las condiciones históricas sociales que determinan la salud y la enfermedad de nuestros pueblos.
Estas condiciones injustas demandan la participación de los trabajadores de la salud, en la protesta contra las multinacionales farmacéuticas, la privatización de los servicios de la salud y ser solidarios con las luchas obrera, campesinas, de los pueblos originarios, indígenas, garífunas y afrodescendientes. Sin embargo mantener esas posiciones es de alto riesgo puesto que somos objeto de estigmatización, sarcasmo, persecución, tortura e incluso atentados contra la vida y dignidad humana.
Si he tomado la misión de ser médico al servicio de la opción preferencial de los pobres no es en un sentido individualista; sino por el contrario basado en la visión integral humana y planetaria de la salud. Mi compromiso es con una concepción y práctica socialista científica, técnica, espiritual y cultural. Es un compromiso de amor hacia el pueblo que sufre históricamente el trauma, terror y tortura causado por la oligarquía; sin duda articulada con el capitalismo agroindustrial y financiero multinacional.
Hemos trabajado en construir un puente entre la medicina científica, tecnológica y el saber y cosmovisión de nuestros pueblos ancestrales. En la década de los setenta la juventud era un divino tesoro que soñaba con una nueva sociedad más humana y planetaria. Entre esos jóvenes se destacaba José María Turcios, fundador del Frente Estudiantil Socialista.
Era un ser talentoso, critico y reflexivo y de un compromiso auténtico con su pueblo. Consecuente con sus principios del humanismo socialista, se dedicó a la Salud Pública.
El doctor Turcios, a quien popularmente llamaban “Chema”, sabía que para cambiar las condiciones paupérrimas de la salud pública era necesario transformar la sociedad. Consciente de su responsabilidad histórica, condenó el golpe militar del 28 de junio y fue un dirigente connotado del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP).
Cuando fuimos informados del asesinato de Turcios, el 31 de enero 2011, iniciamos gestiones ante organismos nacionales e internacionales para que el crimen no quedara impune. La información que proporcionan los cuerpos represivos del Estado acerca del asesinato del Dr. José María Turcios carece de sustrato, credibilidad científica y criminológica.
Hemos presentado una solicitud al Colegio Médico de Honduras, basada en la Ley Orgánica y en el Código de Ética para que se investigue a mayor profundidad este crimen. La Asociación de Profesionales Egresados de Cuba condenó este crimen y se solidarizó con el médico Lenín Turcios, hijo del colega asesinado. Los médicos defensores de la salud pública no debemos guardar silencio; tenemos la obligación moral de saber y demandar la verdad y justicia sobre este crimen.
El asesinato del Dr. José María Turcios fue el crimen político cuyo objetivo ha sido crear el terror y truncar los sueños revolucionarios de este mártir de la mediceina. El sistema opresor ha matado a uno de los mejores hijos de Honduras que amó entrañablemente la causa de la salud pública. Con este asesinato se hirió el corazón nuestro pueblo y de todos los pueblos de América Latina.
¡Levantemos la voz, movilicemos la conciencia y exijamos justicia!
¡Nunca debemos permitir que siga la impunidad y los crímenes de lesa humanidad!
¡La indiferencia no harbá más que legitimar la opresión y el terror!