Isbela Orellana, en gratitud

La corrupción ()esa enfermedad profunda que cruza y atraviesa la vida y el corazón de la sociedad hondureña(), entendida como el uso perverso de los bienes del Estado y de la sociedad, ha llegado a penetrar tan a fondo en la vida nacional que quienes más se nutren de ella, y quienes más la promueven, se convierten en los principales abanderados de la lucha anticorrupción. Y esa realidad con frecuencia protegida tras un halo angelical de pastores y profetas de último minuto, es la que destapó con su voz firme y su palabra laica, la veterana catedrática universitaria.

En nombre de Dios, los protectores de corruptos quisieron callar la voz de Isbela y expulsarla del templo, olvidando que en nombre del Dios de la Vida, aquel hombre de Nazaret, con látigo en mano, expulsó del templo a los mercaderes del imperio. Y hoy, un fiel representante del Carnicero del Norte, y confiando en el dios de su dinero sucio, se atrevió a callar la voz de Isbela, así como el imperio con todos sus sermones ha querido silenciar la voz de dignidad de nuestra patria herida.

Honduras ya no es la misma. Los corruptos con todos sus protectores, ya dejaron de actuar con la impunidad de siempre. Ese gesto de honorabilidad con el que acostumbraron presentarse en público para presentar sus “impecables informes” sobre la corrupción en Honduras, se cayó de un porrazo. Los aplausos que validaban su complicidad con lo más podrido de la sociedad, se convirtió en rechazo. Honduras ya no es la misma, e Isbela Orellana, en nombre de un pueblo que emerge en dignidad, se los recordó, de un tajo y con una sola voz.

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