LA MASACRE DE SANTA CLARA

La mañana del 25 de junio en el Santa Clara varios pacientes eran atendidos en el consultorio médico. En las cocinas preparaban la comida que llevarían a los de la marcha. Personal de las oficinas laboraban normalmente. Había militares en los alrededores, pero nadie imaginaba el baño de sangre que habría horas más tarde.
Eran como a las 9 y media de la mañana. Un grupo de alumnos y maestras de las escuelas primarias de varones y de niñas de Juticalpa, desfilaron hacia el Centro Santa Clara. Adelante llevaban la bandera nacional. A los niños se les había dicho que iban a jugar y que les darían confites, hasta llevaban pelotas de baloncesto. La acción era dirigida por el Supervisor Departamental de Educación Primaria, Guillermo Ayes Mejía, quien se movía en su carro, al igual que varios terratenientes. Ellos sabían perfectamente del plan criminal.
Había muchos militares a pie y en vehículos, todos a cargo del teniente Norman Altamirano. Cerca del Centro estaban escondidos unos cinco hombres de civil del Departamento de Investigación Nacional (DIN), la temible y represiva policía secreta del Estado. También fueron vistos tres reos del penal.
Azuzados por las maestras los alumnos comenzaron a gritar frente al Centro. Ayes sacó una pistola y comenzó a dar golpes al portón. Se inició un gran tiroteo hacia adentro del Centro. Los alumnos de las escuelas corrieron en desbandada. En ese momento un avión sobrevolaba la ciudad.
Uniformados y civiles entraron al Centro y continuaron disparando.
Como 20 personas más se escondieron en diferentes oficinas. El edificio es como una “L” de tres pisos y tiene un gran patio interior. Siguieron más disparos, gritos, insultos y patadas en las puertas.
Arnulfo Gómez estaba pintando el edificio, lo bajaron de la escalera a balazos y cayó muerto en el patio. A Máximo Aguilera lo mataron cerca de la cocina. Alejandro Figueroa tenía las llaves del Centro, lo andaban para todos lados y los hombres de civil lo acribillaron al final del pasillo, frente a las gradas para subir al segundo piso. Dos hombres más fueron asesinados y varios heridos. Los asaltantes disparaban a mansalva y golpeaban a los que encontraban. Afuera los terratenientes hacían disparos.
Algunos de los que se habían escondido en el segundo y tercer piso bajaron hasta cerca del mediodía. Los militares registraron hombres y mujeres y ninguno tenía armas.
A los hombres los hicieron que se quitaran la ropa y quedaron en calzoncillo. A todos los pusieron en fila en el corredor, con las manos arriba, mientras los militares les apuntaban con sus fusiles.
Había cinco muertos y varios heridos. Llegó el forense y con un cuchillo le sacaba las balas a los cuerpos. Roque Andrade estaba en el piso medio desnudo y golpeado, parecía muerto. Cuando entró el supervisor auxiliar de Educación de Catacamas, Juan Pablo Suazo, pasó sobre su cuerpo y a pesar que lo conocía no se interesó en su si tuación.
“A la 1:30 p.m. los supervisores escolares, Juan Pablo Suazo y Guillermo Ayes Mejía, dos Mayores, Chinchilla y Díaz, un doctor y el juez, dos personas más y otros soldados fueron al segundo piso para observar. Nos sacaron y nos metieron en un carro militar y nos llevaron por las calles de Juticalpa y después al CES. Tomaron nuestros nombres y nos pusieron en un cuarto. Después de un rato trajeron cinco mujeres y un hombre quienes habían estado transportando a los heridos al hospital”, narra un sobreviviente, en un libro publicado el año pasado en Estados Unidos por la religiosa María García, quien en 1975 estaba en la parroquia de Juticalpa.
El CES era el Cuerpo Especial de Seguridad, la policía uniformada, que años después se convirtió en la Fuerza de Seguridad Pública (FUSEP), siempre dependiente de los mandos de las Fuerzas Armadas.
A 15 hombres capturados los llevaron al presidio en un carro, en calzoncillo y cubiertos con un tapa carga. Allá los metieron en un baño, no cabían y prácticamente se sentaban unos encima de otros.
Los terratenientes con los militares seguían en gran movimiento por Juticalpa. Se estableció tres días de estado de sitio, tiempo durante el cual saquearon el Centro.
El Santa Clara estuvo tomado hasta diciembre y devuelto hasta enero de 1976, saqueado totalmente.

Los medios de comunicación estaban controlados, a unos los atemorizaron y a otros los compraron. Cortaron las líneas te¬lefónicas de la ciudad y de esa forma no ha¬bía como informar lo que sucedía realmente.

25 de junio de 1975 nunca se olvidará

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