Los Estados Unidos y otros países de occidente impulsan desde hace medio siglo la industrialización y grandes avances tecnológicos en la producción agrícola. Aumentan sus ganancias, pero no disminuye el hambre.
Lo que han logrado es volver a muchos países dependientes de sus abonos químicos, los pesticidas y los agrotóxicos en general. Durante siglos nuestros antepasados produjeron y nunca necesitaron de esos venenos que matan la tierra, las personas y demás seres vivos.
Las transnacionales están terminando con las semillas nuestras y están imponiendo las suyas manipuladas genéticamente, que hay que comprárselas para cada cosecha.
Los alimentos los han convertido en mera mercancía. El negocio con agrotóxicos, abonos químicos, semillas y fármacos se ha concentrado en unas diez transnacionales.
Du Pont, Dow Chemical y Agribiotech de Estados Unidos, al igual que Monsanto que a la vez compró a Cargill, a Phamarcia, a Upjohn y otras. La empresa Suiza Novartis que compró a Ciba Geigy, a Sandoz y a Sygenta. La Francesa Adventis que compró a Rhone-Poulenc, a Hoechst y otras. El grupo Limagrain de Francia, Bayer y Basf de Alemania, y AstraZeneca de Inglaterra, completan la decena de los más beneficiados con el hambre del mundo.
Los campesinos del mundo tienen capacidad para producir alimentos para toda la humanidad, sin usar ninguno de los productos de las transnacionales. Sólo con que se les dé el acceso a la tierra y el apoyo técnico y financiero necesario. Debería ser política universal lograr que cada país produzca los alimentos que necesita e importar lo menos posible. Serían poco necesarias las donaciones del Programa Mundial de Alimentos.
Claro, eso sería atentar contra los intereses de las transnacionales. Si hubiera comida en abundancia y no hubiera tantos enfermos no habría con quien hacer sus negocios.
Por eso la marcha contra el hambre nos parece una hipocresía cuando no se señalan las causas verdaderas de este desastre mundial.
En el caso de Honduras no existiría un tan solo hambriento si no estuviera la tierra concentrada en pocas manos, si se hubiera realizado en verdad un proceso de reforma agraria. Si en vez de importar los granos transgénicos se apoyara a los productores para producir con técnicas favorables al ambiente, con semilla sana heredada durante miles de años de nuestros antepasados.
Que no nos tomen el pelo, que no nos vacilen los organizadores de las marchas contra el hambre. Este mal no desaparecerá mientras las necesidades de los pueblos sean oportunidades de negocios para los poderosos.
Hace 31 años en Honduras se hizo una llamada también marcha del hambre. Miles de campesinos salieron desde diferentes partes del país exigiendo Reforma Agraria Integral. Pero esa no la apoyaron las señoronas que desfilaron el 21 de mayo recién pasado, hasta con sus lindas mascotas en la cual gastan más de lo que gana un obrero. Esa marcha del hambre de 1975 terminó con cientos de detenidos y 14 personas asesinadas en Olancho por los militares y terratenientes. El Presidente de la República lo sabe muy bien porque en esa masacre participó su padre Mel Zelaya.
Luchar contra el hambre no basta con donar unas cuantas monedas o hacer banquetes para recaudar fondos. Luchar contra el hambre pasa por terminar con el dominio de las transnacionales de los alimentos, establecer precios y reglas justas para el comercio de los mismos, hacer una distribución y uso adecuado de la tierra y apoyar a los millones de familias campesinas en el mundo que pueden producir toda la comida saludable necesaria, sin necesidad de Monsanto y toda la mafia del hambre.
Necesitamos organizar una gran marcha del hambre, pero con los objetivos de la de 1975. ¿Estarán dispuestos a acompañar los que desfilaron el 21 de mayo?
Fuente: Vida Laboral Edic. # 25, Mayo 2006