…“Como repudio a la presencia de 200 marines estadounidenses en Tegucigalpa, Froylán Turcios editó el boletín de la Defensa Nacional. En dicho diario colaboraron durante un mes, entre otros: Visitación Padilla, Alfonso Guillén Zelaya, Lurio Martínez, Adán Canales, Esteban Guardiola, Darío Montes, Luis Erazo, Ángel Hernández, Pedro Rivas, Carlos A. Perdomo, Matías Oviedo, Rafael Díaz Chávez, Antonio Gómez Romero, Pedro Rovelo, Saúl Zelaya Jiménez y Manuel Ramírez.
La impresión se hizo en la Tipografía Nacional y para el pago de los cajistas se recogían contribuciones.
También logró Turcios, formar un libro de protestas con mas de 9 mil firmas. Qué aleccionador es leer lo que escribieron los hondureños que sentían como un puño clavado en el corazón la invasión extranjera.
Aunque no todos los firmantes, los escritores, los contribuyentes y propagandistas mantuvieron en alto durante el resto de sus vidas la bandera antiimperialista, la de la defensa de la dignidad nacional y de los derechos ciudadanos.
Quedan por supuesto, fuera de toda duda, gentes como Choncita Padilla, Rafael Diaz Chavez, el zapatero Carlos Bernhard y el periodista Alfonso Guillén Zelaya”…
Ramón Oquelí
Prólogo del libro Boletín de la Defensa Nacional”, publicado por editorial Guaymuras
……………………………………………………..
Sería un error
Encontrar motivos al desembarco de los marinos norteamericanos sería un fenómeno inexplicable. Alguien ha venido diciendo: nadie sabe a lo que han venido y ésta es la verdad. Quien encontrara los motivos sería un detractor público de sus conterráneos, poniéndose, al mismo tiempo, al nivel del extranjero que en estos días ha tenido el cinismo de manifestar que “este es el pueblo más salvaje del mundo”.
Ese innoble pesimismo de hallarlo todo malo en nuestra tierra es la semilla que fermenta en los bajos espíritus y que al fin desarrolla, dando por fruto los traidores que más tarde van al extranjero a vender la libertad de su patria.
Ciertas personas, de las que se consideran en una posición mas elevada de la escala social, debieran cultivar en el corazón de sus hijos el amor a las gentes humildes.
En nuestras guerras intestinas, me refiero a las que se han sucedido en años anteriores, las fuerzas ya desmoralizadas por el hambre, es cierto que han saqueado los almacenes de los pueblos: pero solamente han saqueado las casas de nacionales y extranjeros que, de una manera o de otra, han coadyuvado a los movimientos revolucionarios.
Hay un refrán popular que dice: “Tropa, ni de ángeles”, y por eso algunas personas aristocráticas alimentan un odio singular por el soldado; odio sin fundamento, porque aquí en Honduras ninguna tropa se organizaría sino fuera por la intervención de levas y guantes blancos.
Odio injustificable, mucho más si pensamos que esos soldados dejan libres sus extravíos, si los tienen, a las personas distinguidas. Ninguna dama o caballero de alta sociedad es ofendido por un soldado, de palabras o de obra. Generalmente las contingencias suceden en los barrios, por causa muy distinta a la maldad que suponemos en el pueblo.
En estos momentos de dolor para la patria, por la presencia en nuestra capital de doscientos marines extranjeros, es criminal el odio a nuestros soldados de cualquier partido político a que pertenezcan. Necesitamos unir y no dividir al pueblo; antes de vilipendiarlo y calumniarlo debemos honrarlo; porque es el soldado hondureño el defensor de nuestra autonomía nacional.
Honorables damas y caballeros de nuestra sociedad: ¿Será posible que acojáis en vuestro hogar con vítores y flores, una tropa de soldados procedente de un país, que codicia nuestra libertad y menospreciéis al indito de nuestras montañas que lleva en sus venas nuestra misma sangre? En México, en Chile, la mujer más bella la de tez de perla y cabellera de sol se siente ofendida si alguien puede decir que en sus pulsaciones no palpita sangre indígena.
Sería un error lamentable que hubiese personas que justificaran la permanencia de esa tropa de soldados extranjeros en nuestra capital, cuando sólo significa un abuso del señor Ministro de los Estados Unidos don Franklin E. Morales.
Visitación Padilla
Tegucigalpa, 5 de abril de 1924