Porque un cristiano es discípulo de Jesús, cuyo mandamiento frontal de toda su doctrina, es el amor solidario, y expresado en sentencia lapidaria por la boca del mismo Maestro: “la felicidad está más en dar que en recibir” (Hechos de los Apóstoles 20,35).
Porque el perfil se define por la participación equitativa. No hay vida cristiana sin comunidad de bienes y personas, cuyo signo es la convivencia fraterna demostrada en el paradigma de la comunidad cristiana donde se revela textualmente: “repartían el dinero según las necesidades de cada uno” (Hechos de los Apóstoles 2,45).
No se puede ser cristiano y neoliberal, porque el neoliberalismo sigue siendo en la historia real el capitalismo a secas. La doctrina neoliberal y su práctica lo demuestra con las consecuencias más dramáticas, se sitúa en las antípodas del Evangelio del Señor Jesús.
Por una parte, Jesucristo fue en su vida histórica el hombre en el que encarno Dios para señalar la conducta de todo Hombre que viene a este mundo.
Por eso, hubo escritores sagrados que enseñaron la bella utopía de que la tarea cristiana es adquirir las costumbres de Dios. No hicieron nada más que fundarse en las palabras que leemos en el Evangelio de Mateo 5,48: ” Serán tan buenos como lo es el Padre Celestial” o en estas otras palabras de San Juan (15,12): “ámense unos a otros como yo los he amado”
Y comenta el apóstol en su primera carta: “en esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso también su vida. Si alguien vive en la abundancia y viendo a su hermano en la necesidad le cierra su corazón. ¿Cómo permanecerá en él amor de Dios? Hijitos mío, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (capitulo 3, 16-18).
El cristiano es el imitador de Jesucristo. Y Jesucristo es el Hombre para los demás… La personalidad cristiana consiste en darse y el espíritu que la anima es el que impulsa a formar de toda la humanidad, una comunidad fraterna, justa y solidaria, para todos. Es la nueva civilización de Amor, es la alternativa de una convivencia ciudadana desde los valores de Jesucristo, el señor de la Historia.
El ser cristiano consiste en dejarse animar por el espíritu del resucitado que recrea el mundo de los hombres en un mundo nuevo habitable para la familia de los hijo de Dios.
Por el contrario, el neoliberal, orientado básicamente en la mentalidad capitalista cuya dinámica interna lleva a la acomunlación de bienes, se nutre en su actividad econónomica del:
- Espíritu de Lucro, es decir, deseo de obtener ganancias indefinidamente crecientes.
- Espírituo de Competencia, Exacerbado por un fuerte individualismo.
Esto provoca rivalidad o lucha entre los individuos para conseguir mayores ganancias posibles y hace tender siempre hacia el monopolio, que representa al máximo de limitacion ajena.
- Espíritu de Racionalidad, es decir, apreciar todas las cosas basándose en cálculos efectuados en terminos de rendimiento y costo.
- El Espíritu del Neoliberalismo, es diametralmente opuesto al Espíritu de los cristianos.
- Porque en el país donde se implanta, engendra muerte en la mayoría sobrante, creando la clase de los excluidos por la desocupacion que siembra.
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- Porque deshumaniza la técnica y vacía de contenido humano los progresos económicos, que en el proyecto cristiano deben servir para una equitativa distribución.
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- Porque altera y corrompe la libertad y la democracia, ya que no las acompaña de los valores de justicia, la verdad y el amor solidario.
- Porque se dogmatismo e inflexibilidad en la imposición de la ley de mercado, niega e impide toda posibilidad de alternativa y deja existir de hecho una convivenvicia comunitaria, a la causa de la absolutez de los intereses privados de una minoría todopoderosa.
- Porque ( de hecho) se violan elementales derechos humanos exigidos para lograr la dignidad humana tanto personal como comunitaria.
En fin, no se puede ser cristiano y neoliberal porque la fe cristiana promueve la cultura de la VIDA y la ideología neoliberal, en su realización histórica, en la antesala de la MUERTE, para la mayoría excluida.
Por. Mons. Miguel Hesayne