Oro y miseria

ORO Y MISERIA” TESTIMONIO DE UNA TRAGEDIA

A finales de la década de los sesenta, mi padre, cuyo nombre llevo con mucho orgullo, publicó la novela “Oro y Miseria” o “Las Minas de El Rosario”, en la que retrata, con lujo de detalles, la explotación de que fueron víctimas los obreros en el pueblo de San Juancito, que lo vio nacer en 1908.

La obra en referencia colmó una vieja aspiración de mi progenitor, quien desde niño fue testigo del drama de los mineros, que entregaron su sangre, su sudor y sus pulmones a la Rosario Mining Company, primera compañía norteamericana instalada en Honduras, a la altura de 1880.

El haber sido la cuna de nuestra clase obrera dota a San Juancito de una importancia singular, pero a la vez nos hace recordar el carácter dependiente del capitalismo hondureño, signado desde un principio por la fuerte y decisiva gravitación de las inversiones extranjeras.

Precisamente Marco Aurelio Soto decidió trasladar la capital de Comayagua a Tegucigalpa porque, en su calidad de accionista de la Rosario Mining Company, le convenía que el centro político de Honduras estuviera cerca de unas minas en las que él tenía intereses personales. Las concesiones brindadas a la trasnacional norteamericana eran tan leoninas (uso irrestricto del suelo y el subsuelo, explotación del bosque y del agua, exención en el pago de impuestos para exportar e importar productos, etc.), que sus términos se dieron a conocer hasta diecisiete años después.

En poco tiempo San Juancito se convirtió en foco de atracción para miles de hondureños desesperados por obtener unos cuantos centavos a cambio de la venta de su fuerza de trabajo. De los cuatro puntos cardinales del país llegaron humildes compatriotas, dispuestos a rifarse la vida en el fondo de las minas. De este drama da cuenta exacta “Oro y Miseria”.

La novela refleja la tragedia de Damián Silvestre Pacheco y su familia, que se ven compelidos a abandonar su apacible aldea natal, “Las Cruces”, debido a que se anunciaba la invasión por parte del coronel Rodimiro Ruisendo Cartiga y su horda de contumaces bandidos. Fue así como emprendieron un largo éxodo, que tuvo su final en San Juancito, visto en aquel tiempo como El Dorado por aquellos que buscaban disimular el hambre aferrándose a la tabla de un empleo, por humilde que fuera.

Desarraigados de sus tierras, los Pacheco pasaron a engrosar el batallón del proletariado, en cuyas filas vivieron días de explotación y de pobreza, pero también de solidaridad y de esperanza. Reunidos alrededor del fogón solían oír las historias contadas por “El Duende” o rasgueaban la guitarra, para desgranar las notas de alguna canción popular.

“Oro y Miseria” señala con dedo acusador el contraste entre las condiciones de vida de los obreros y las de sus explotadores: hacinados los primeros en casuchas, los segundos residiendo en viviendas selectas, cuyos vestigios todavía se conservan; los asalariados organizando sus humildes fiestas en su sede (“ La Fraternidad ”), los devoradores de plusvalía consumiendo whisky en su impenetrable club.

Las páginas de la novela reflejan también la picardía de los guirises, quienes al sustraer pequeñas cantidades de oro a la compañía sienten la complacencia de la justa venganza y lanzan al aire, entre dientes, la expresión: “Ladrón que roba a ladrón, gana cien días de perdón”.

Pero igualmente hay una dura acusación contra los gobiernos, por su proceder entreguista y antipatriota. Los “políticos y mandones” de que habla la Carta Rolston aparecen denunciados, por su falta de escrúpulos, por su extrema dadivosidad al brindar en bandeja de plata los recursos del país, a cambio de privilegios y canonjías.

En este sentido, una de las partes más descarnadas de la novela es la que hace referencia a una visita hecha a San Juancito por una comisión de diputados que supuestamente iban a inspeccionar las condiciones en que se desenvolvía la explotación minera. Desde luego, fueron alojados en las casas de los gringos, donde éstos les ofrecieron finas bebidas y exquisitos manjares. Naturalmente su “informe” (precedido de insultos contra los obreros) fue totalmente favorable a la compañía. En clara referencia al bipartidismo que durante más de un siglo ha permeado la vida nacional, el autor señala que mientras unos diputados se enjugaban el sudor con pañuelos rojos, otros lo hacían con pañuelos azules.

Damián Silvestre Pacheco (protagonista de la obra) termina silicoso, al igual que sus hijos mayores, como premio por el esfuerzo desplegado durante muchos años en los que les tocó absorber el polvillo de las minas.

“Oro y Miseria” es, en resumidas cuentas, una novela de claro contenido proletario, en la que el autor no oculta sus simpatías por los pobres y los desvalidos.

La Rosario Mining Company abandonó San Juancito en los años cincuenta del siglo pasado, dejando las bocaminas selladas y una masa de hombres enflaquecidos y escupiendo sangre. Se trasladó a El Mochito para seguir acumulando riqueza y, por último, fue vendida a los capitalistas canadienses, quienes continúan extrayendo minerales de nuestro suelo y contaminando el ambiente.

Como hijo de Matías Funes Cárcamo me siento orgulloso de que mi padre denunciara con patriotismo estas facetas trágicas de nuestra historia.

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