Persecución, amenazas y capturas, marcan la vida del padre Fausto Milla

En su parroquia de Corquín, Copán, comprendida en su mayoría por campesinos e indígenas, inicia la organización del pueblo para la defensa de sus derechos humanos y la revaloración de la cultura. Acción que lo llevó a ser víctima de amenazas, persecución y capturas de parte de los escuadrones de la muerte.

Esta situación lo obligó a salir del país para refugiarse en México, ahí perfeccionó sus conocimientos sobre la medicina natural. Hoy, aquel peligroso “guerrillero” que a criterio del ejército y de la Dirección de Investigación Criminal (DIN) presentaba una amenaza para la estabilidad del país, se ha convertido en fuente de vida a través la medicina natural.

Por su contribución a la soberanía y seguridad alimentaría, la Alianza Nacional contra el Hambre le otorgó en octubre del 2003, el premio Nacional de Alimentación. Actualmente está nominado oficialmente al premio Bartolomé de las Casas, galardón que entrega el gobierno de España a los hombres o instituciones destacados por promover, protegen y respetar la cultura de los pueblos indígenas.

Su postulación nace de los sectores campesinos y del movimiento popular, por su destacada participación en la defensa los derechos del pueblo principalmente en las comunidades indígenas de Honduras.

Su infancia
Sus padres vivían en Guarita Lempira, un pequeño poblado del occidente de Honduras, que históricamente ha sido marginado por las autoridades, él, es el segundo de cinco hermanos nacidos de la familia formada por José María Milla y Trinidad Núñez.

Generalmente se piensa que las personas heredan de sus familiares solo lo físico, pero muchas veces también puede heredarse lo psíquico. Esto pasó con el Padre Fausto.

“Los Milla, es una familia española de esas que se conservan y mi padre de joven vivió una lucha fuerte, Guarita es un pueblo lenca, invadido por españoles, que son los que ocupan el centro, ellos son los dueños de los negocios y son los que siempre son alcaldes. Entonces llegó un momento en que los indios se sublevaron contra los blancos para separarse y mi padre sin ser indio, se unió al lado de los indios”, relata el sacerdote.

A temprana edad sufrió la persecución del dictador Tiburcio Carías Andino, en contra de su padre José Maria Milla, quien tuvo que salir del país, para refugiarse en El Salvador. Su familia quedó en la nada por la confiscación de los bienes “y mi madre solo quedó con la riqueza de cuatro niños y un quinto por nacer y fíjese que no se porqué, ella tenía que huir también, recuerdo que un día dormimos en la casa de un señor Mardoqueo, en la aldeita que se llama La majada y por habernos dado posada en su casa, le pusieron la multa de una vaca, le quitaron una vaca por habernos dado posada una noche”, relata.

Su educación

A los cinco años estudió música con el maestro Benjamín Rivera, con quién aprendió solfa y un año más tarde, inicia sus estudios primarios en la Escuela Manuel Bonilla, de Guarita Lempira, donde recibió enseñanza basada en el amor a la patria.

En su pueblo no había educación secundaria y para seguir estudiando debía salir a otro lugar. Su madre no tenía recursos para hacerlo, pero si contaba con un amigo sacerdote de El Salvador, éste lo ayudó para que continuara estudiando en un colegio de Santa Tecla.

Aquí permaneció dos años, luego como hermano marista viajó a Colombia para trabajar y continuar estudiando. Regresó a Guatemala en 1950, donde enfrentó dificultades por la represión de Arbens, pues en este país se mantuvo toda la década, luego se estableció en El Salvador y después de cuatro años viajó a Roma, donde participó en la inauguración el Concilio Vaticano.

Un año después regresó a San Salvador y luego a su pueblo natal para cuidar de su madre hasta que ella falleciera. Posteriormente viajó a Colombia y en agosto 1968 junto a 200 latinoamericanos, el Papa Pablo VI, ordena sacerdote a Fausto Milla.

Su retorno
Ordenado sacerdote llega a Honduras, el obispo de la Diócesis de Copán lo sede en préstamo a los padres capuchinos que tenían a su cargo las parroquias de Ocotepeque y parte Lempira. Fue nombrado párroco de Guarita donde incide para resolver muchos problemas fronterizos, pues el abandono gubernamental es una característica del lugar.

Aquí se encontraba, cuando las tropas salvadoreñas invadieron el territorio nacional “a mi me tocó sufrir aquella guerra de ladrones, asesinos y sátiros, sufrí mucho cuando en esa escuela donde yo recibí una educación, bajaron los salvadoreños la bandera hondureña para izar en la misma asta la salvadoreña, parece un detalle, pero me pegó muy duro” afirma el Padre Milla.

Su estadía en Guarita fue corta, pues el 22 de agosto 1970, la Diócesis lo traslada a la parroquia de Corquín Copan, Una feligresía compuesta en su mayoría por campesinos. Desde su llegada sufrió el rechazo de los comerciantes que vieron amenazados sus intereses por la orientación que el nuevo párroco le daba al pueblo.

La iglesia se dividió debido a que algunos comerciantes formaron un grupo que denominaron “Católicos Unidos”, aunque la mayoría se quedó para acompañar al sacerdote en su lucha por mejorar las condiciones de vida de la población.

Aquí permaneció hasta noviembre de 1982, cuando tuvo que huir de la represión de los escuadrones de la muerte dirigidos por Gustavo Alvarez Martínez, para luego asilarse en México.

Persecución
Siendo párroco de Corquín, el Padre Milla, también se desempeñaba como director de Caritas Diocesana, Su trabajo en la organización de las comunidades y la protección que daba a los refugiados salvadoreños, provocó que los militares, la Dirección de Investigación Nacional (DNI) y la Fuerza de Seguridad Pública lo persiguieran permanentemente.

Un hecho importante en vida del Padre Fausto Milla, fue la masacre del Sumpul, ocurrida el miércoles 14 de mayo de 1980, donde cerca de 600 campesinos de los caseríos de San Jacinto y la Arada, fueron asesinados por militares y policías salvadoreños. Muchos que buscaban cruzar el río para refugiarse en Honduras, fueron devueltos amarrados por la tropa hondureña, al lugar del genocidio.

La matanza terminó a las cuatro de la tarde y el jueves 15, campesinos hondureños recorrieron la zona de la masacre y rescataron a los sobrevivientes. Los ejércitos habían abandonado el lugar.

El sábado 24 de mayo, desde su parroquia en Corquín, el Padre Fausto Milla, rompe el silencio y denuncia la masacre. La noticia es ignorada oficialmente y por presiones del gobierno militar, no circula en los medios de comunicación, pero el martes 24 de junio, 36 sacerdotes y religiosas respaldaron la denuncia, que también es apoyada por el Obispo de la Diócesis de Copan, Monseñor José Carranza Chevez, en ella responsabilizan del hecho a ambos ejércitos.

Declaraciones del Presidente, Policarpo Paz García, a través de HRN calificaron de calumniosa e irresponsable la denuncia y negaron la masacre. A la vez amenazaron con expulsar del país a los sacerdotes y religiosas extranjeras que firmaron la declaración. Sin embargo, la Conferencia Episcopal de Honduras, presidida por Monseñor Héctor Enrique Santos, denunció una vez más el hecho.

A finales de mayo el ejército hondureño realiza un violento control en la zona, para evitar la divulgación de la masacre, sobrevivientes que entregan documentos a sacerdotes o a periodistas, desaparecen posteriormente y en esos días al menos dos veces incursiona el ejército salvadoreño a territorio hondureño.

Uno de los blancos del ejército fue Fausto Milla, pues según los militares él organizaba grupos guerrilleros y de almacenaba armas de guerra, en muchas ocasiones miembros del Séptimo Batallón de Infantería, la FUSEP y de la DIN, realizaron cateos a la casa cural en Corquín y los templos de Belén Gualcho y Sensenti Ocotepeque. Las iglesias fueron saqueadas y muchas veces el sacerdote fue amenazado de muerte.

Siempre fue objeto de un estricto control, al circular frente al Séptimo Batallón de Infantería localizado en la carretera entre Cucuyagua y Corquín, se realizaban registros que duraban hasta cuatro horas, donde además era interrogado por oficiales del ejército.

En febrero de 1981, cuando venía de México de participar en el Tribunal Permanente de los Pueblos, el Padre Milla, fue secuestrado por escuadrones de la muerte, en La Fecha Santa Bárbara, estuvo cautivo durante seis días en un cuarto de tortura localizado en la tercera avenida, frente a la Droguería Nacional, en San Pedro Sula. No le dieron de comer, tampoco lo interrogaron ni recibió torturas, sin embargo tuvo que soportar los lamentos de otros detenidos mientras los torturaban.

Lo trasladaron a Tegucigalpa, donde fue interrogado por un agente de apellido Bogran, que recién había llegado de especializarse en Argentina. Su secuestro se conoció internacionalmente y solo Amnistía Internacional mandó 40 cables, solicitando al gobierno su liberación, después del interrogario y seguros de que no habían periodistas fue liberado, no sin antes hablar con el coronel López Grijalva, uno de los principales responsables de las desapariciones en la década de los 80s.

Mientras estuvo detenido, se dio cuenta que ahí se encontraba Facundo Guardado, un dirigente de la guerrilla salvadoreña, que tenía un mes de estar desaparecido en Honduras. Nadie decía nada sobre él, hasta el Padre Fausto, quedó libre y reveló el secreto. Facundo entró en la lista de los liberados cuando un grupo guerrillero se apoderó de un avión en el Toncontin.

Su pueblo
Al ser liberado pensó estar tranquilo, pero el orgullo de su pueblo llevó a más de cuatro mil personas provenientes de varios municipios del sur de Copán y Ocotepeque, a manifestarse en las calles de Corquín, para repudiar la acción de la dictadura militar.

La organización clandestina, permitió que la gente pudiera llegar a manifestarse, en la parroquia se encontraban dos religiosas estadounidenses y un teólogo Alemán, que fue victima de atropellos por parte de la policía, por hacer unas fotografías de la movilización. En la marcha se infiltraron agentes de la DIN y del ejército que también hicieron fotografías, grabaron discursos e identificaron a los líderes, luego vino la persecución y algunos salieron locos después de un mes de torturas en Santa Rosa y en Tegucigalpa.

“Allá mismo en Corquín empezaron a golpearlos delante de mi, porque cuando comenzaron a capturar a la gente yo me fui a poner casi en la puerta de la FUSEP, con mucha gente” dice el padre.

La acción agudizó su situación, en noviembre de 1982, diez meses después de la movilización, le tendieron una red en toda la parroquia, con el fin de capturarlo para su posterior ejecución, pero logró escapar a la Costa Norte, donde permaneció clandestinamente cambiando de casa entre Choloma y San Pedro Sula, hasta que con la ayuda de varias personas logró salir del país.

Salió exiliado a México, donde permaneció durante cuatro años, ahí acrecentó sus conocimientos sobre la medicina natural, realizaba foros y conferencias sobre la situación de Honduras.

Regresó en 1986, momento álgido de la Guerra Fría, comienza de nuevo a trabajar con los indígenas y los enseña a curarse con plantas. Los militares vuelven a la carga y lo mantienen vigilado, porque aún lo consideran peligroso.

Reactiva su labor a través del Instituto Ecuménico de Servicios a la Comunidad (INEHSCO) y comienza a favorecer a la población orientándola para el rescate de la cultura y la defensa de los derechos humanos, sobre todo en las comunidades Lencas y Chortis. INEHSCO fue fundado en 1980 y allí mantiene su trinchera en su lucha por combatir la ignorancia, las enfermedades y el hambre de las comunidades occidentales.

El Padre Milla, mantiene su solidaridad con los pueblos indígenas en su lucha por la no construcción de la represa El Tigre y forma parte de la Alianza Cívica por la Democracia, que realiza acciones en contra de Minería a cielo abierto, que afecta la salud de las personas y destruye el medio ambiente. En los lugares a donde llega escuchan su mensaje de esperanza en defensa de la salud y la dignidad.

German H. Reyes R.
gerey1@yahoo.com

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